Charles
Peirce (1839-1914) vivió en una época en la cual los medios
no habían aún estereotipado algunas prácticas usadas
desde el comienzo de la vida social de los humanos, que es la de cargar de
sentido a los interpretantes de los discursos circulantes. En las últimas
décadas, y fundamentalmente desde el atentado a las Torres Gemelas
de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, el término terrorista
ha sido apropiado por corrientes ideológicas reaccionarias. En el mundo
occidental ocupa el lugar que el macarthismo supo darle al término
comunista durante medio siglo.
Peirce, para algunos el padre del pragmatismo, entendía a este término
como el uso que se le da a algunos significados por hábitos y costumbres.
La repetición de un término sin sentido crítico termina
apoderándose de un conjunto de valores que con su recirculación
pueden tomar desvíos de lo que pocos ciudadanos de a pie
son conscientes. La instalación de ese desvío no
es casual, sino por el contrario, funcional a los intereses dominantes. La
historia tiene millones de ejemplos en los que la demonización de etnias,
nombres, religiones o regiones terminan por ser aceptados y defendidos fervorozamente
por las víctimas pasivas de esta semiosis.
Cuando Peirce habla de la estructura sígnica la ubica en un dispositivo
en el que interactúan indefectiblemente el representamen (el código),
el objeto (la cosa misma) y el interpretante (subjetividad de la interpretación).
Esta última parte, vuelve a convertirse en representamen dando comienzo
a la semiosis1. Desde allí se produce el crecimiento de interpretaciones,
que al partir de premisas vacías, bien pueden terminar con postulados
erróneos.
Quizás aquí sería útil aplicar las teorías
deconstructivistas2, que buscan ir profundizando hacia el ADN de la información,
destruyéndola desde afuera hacia adentro. Mientras en la palabra terrorista
no haya nada, tampoco existe la emoción ni la compasión. En
la edición argentina de la revista Newsweek3 coloca ante una foto en
la que se ve a daminficados que salen de los escombros de su vivienda en Beirut
la frase sobrevivientes desafiantes entre los escombros después
de un ataque aéreo israelí- La palabra desafiante
implica rebeldía, enfrentamiento, muy lejos de la palabra víctima.
La prensa norteamericana jamás la usa, porque sería personificar
en un ser de carne y hueso algo que está cosificado bajo el término
efectos colaterales. No son personas. Apenas son un margen de
error. Cuando la aviación israelí bombardeó un edificio
con refugiados aterrados y murieron casi 70 personas (37 de las cuales eran
niños), el principal aliado de Tel Aviv, el gobierno norteamericano
dijo que lamentaba el error cometido en la GUERRA DE PACIFICACION en
Medio Oriente.
En el proceso de semiosis peirciano, el interpretante juega un papel importante,
pero a fruto de insistir en el vaciamiento de las causas del enemigo, el uso
de la palabra terrorista remite indefectiblemente a la acepción de
eso: un terrorista. Uno de ellos parecería que no tienen
patria, familia, religión, pérdidas, dolor. Si la circulación
de sentido permitiera darle ese valor agregado, estaríamos ante alguien
y no una cosa. La despersonificación que se presenta en
el interpretante inmediato (primer reflejo de interpretación)
permite indolentemente desear la muerte y la exterminación del otro.
En todas las guerras modernas, había que satanizar al líder
de enfrente y cosificar a las personas. De esta forma solo queda un deporte
con un solo arco, cual si fuera un jueguito electrónico, donde el jugador
es uno solo.
Daniel do Campo Spada, 2006 (C)
Extraído de www.Komunicacion.com.ar