El signo ha sido siempre uno de los problemas filosóficos mas difíciles
de resolver. La tarea que en el siglo XX se ha logrado es separar los intereses
de estudio. Mientras que hasta allí se lo estudiaba en conjunto con
la idea de la realidad, desde Saussure y Peirce se dejó el problema
de si lo real es real para la filosofía. La lingüística
y la semiótica se avocaron a estudiar el sistema de representaciones
y significaciones desde lo que el humano percibe.
La película Matrix, uno de los mayores éxitos hollywodenses
planteaba la posibilidad de que lo que percibimos como nuestra vida real,
sea en realidad una representación. Por supuesto que este no es el
problema del cual nos ocuparemos. Cuando la biología dice que un caballo
ve a las cosas mas grandes de lo que realmente son y que por ello ve a los
hombres mas altos que ellos... ¿estamos seguro que las cosas son como
las vemos nosotros? ¿Acaso no seremos todos ciegos, con la diferencia
que algunos pueden crear imágenes mentales que creemos que responden
a la visión? ¿Quién puede afirmar que la cualidad de
los colores que vemos o los sonidos que escuchamos también son así
en la realidad?
Tomemos como puento de acuerdo de inicio que el signo es una construcción
social, ya que no están en la naturaleza. Son convenciones que nos
llevan a poner algo en lugar de su objeto referente (sea este concreto o abstracto).
Cada comunidad establece sus sistemas convencionales para referirse a determinadas
circunstancias. Tan arbitrarias son estas convenciones que para los mismos
objetos cada lengua establece distintos significantes. Si hubiera una ligazón
natural, al ser la misma naturaleza para todos los humanos, todos hablaríamos
con los mismos signos, cosa que no ocurre.
Aunque las neurociencias has avanzado mucho en los últimos años
explicando orgánicamente cómo funciona la mente, llegan a un
punto en el que deben admitir la presencia de cierto código que provoca
los procesos cognitivos lógicos, que tienen su correlato químico
a nivel cerebral. Aunque las ciencias duras solo creen en lo que encuentran,
no pueden sino explicar que hay algo que está mas profundo
que lo que su tecnología percibe. Al igual que la fisión del
átomo (que nadie pudo ver nunca pero que se imagina) en la que todo
funciona según la teoría supuesta, ya es inevitable considerar
a un sistema sígnico implícito en nuestro conocimiento.
Aplicando comentarios de Victorino Zecchetto, podemos adherir a la idea de
que el signo en realidad cumple una función hermenéutica, ya
que realiza una interpretación de la significación.
Un signo debe tener algunas condiciones básicas en las que coinciden
la mayoría de los teóricos.
Debe tener una forma física.
Debe referirse a algo distinto a sí mismo ( de allí
que está en lugar de algo)
Debe ser reconocido ( por convenciones sociales o de comunidad).
Estas coincidencias parten de que muchos de los principales exponentes de
estudios respecto al signo no han podido salir de un acotado margen de elementos.
Veamos algunos de ellos:
De hecho, podrïamos cerrar que hay tres planos coincidentes, denominados
sensible, inmaterial y referencial.
El plano sensible es donde el signo adquiere una cualidad material gracias
a la cual se puede percibir por algún sentido humano. El signo lingüístico
es el alfabeto y el no lingüístico son las cosas en sí
mismas.
El plano inmaterial es el que se da en nuestra mente (entendida como cerebro),
en el cual se genera la semiosis de representación. Aquí es
donde las neurociencias encuentran su límite y cierran con un acuerdo
epocal de que algo existe allí abajo que podría
ser un sistema de signos.
El plano referencial es el del contexto al que está atado el objeto
que se pretende representar. Si decimos perro y lo mas cercano que tenemos
es ese mamífero doméstico, inmediatamente nos dirijimos hacia
allí. En cambio, si lo que tenemos en forma mas inmediata es un aguerrido
jugador de fútbol, nuestro objeto referencial se modifica. Un plato
es apenas ello, pero en ciertas comversaciones de los habitantes de la ciudad
de Buenos Aires, ello puede significar una situación graciosa.
¿Existen los signos naturales?
Los signos naturales no existen, ya que no son construcciones sociales.
Cuando las nubes se concentran en el cielo no es un signo de lluvia inminente
sino que es apenas una señal de la probabilidad de precipitaciones.
La caída de las hojas de los árboles no es un signo del otoño,
pero sí una señal de su inminencia.
¿Pero qué ocurre cuando interviene una regularidad que puede
convertirse en una regla? Una convención científica puede interpretar
señales como si fuesen significaciones de otras causas. La regularidad
de una señl puede terminar formando un código, que
en definitiva es la base de todo signo.
Dicho de otra forma, cuando un signo logra establecer una importante regularidad,
se resignifica como si fuera un signo con su correspondiente interpretación.
Extraído de do Campo Spada, Daniel
"La Comunicación como Organon de la Existencia".
Buenos Aires. Ediciones El Garage. 2004